El silencio allí nos habla de canciones
de río, de esquilas metálicas que cuelgan del cuello de las vacas, de olor a
tierra limpia, a flores tímidas y del estruendo que se acerca a cada paso que
damos hacia el gran salto de agua. Es imposible no sentir alegría en un sitio
así observando las carreras de Duna, animándola cuando decide meterse en el agua y sacar un árbol que flota, muerto, tirando de él hacia la orilla de esa piscina
natural que siempre me permite ver el fondo, cada piedra, cada animalito que
intenta esconderse en vano y me río.
Esta tarde estaba tumbada en el sofá de la tristeza hasta que decidí ponerme las botas y salir de paseo.